miércoles, 26 de diciembre de 2007

TUMÁN (PARTE III)

La vida de Tumán bajo la tutela de Los Pardo ha identificado por muchos años aquel lugar. Era la época de los hacendados, los amos y dueños de las fincas en el país, con sus patrones, trabajadores, y esclavos. Las haciendas eran productivas y Tumán sobresalía notoriamente. De su ingenio y maquinaria se elaboraba uno de los productos más cotizados de la época: el azúcar, y aquella moderna infraestructura era imponente y fastuosa.

La época de los hacendados no sólo estableció un hito histórico en Tumán sino en el país entero. Los dueños de aquellas tierras eran pocas personas mientras que la mayoría formaba parte de la clase obrera y servidumbre, entre agricultores, cortadores de caña, domésticos y demás. El legado virreinal se dejaba ver en aquel sistema donde una familia poderosa sometía en empresa a toda una comunidad de campesinos.

Si bien es cierto que aquellos agricultores y sus familias tenían un empleo y ocasionalmente la benefactora mano del patrón principal, seguían siendo servidumbre de éstos, y limitaban su estilo de vida, elección y futuro a los designios y potestades de sus amos. La población de Tumán vivía y trabajaba para el enriquecimiento de sus dueños a cambio de pan, agua y cobijo entre otras facilidades básicas como salud y protección. Todo un sistema gubernamental no democrático en el que las decisiones finales las tomaba el hacendado, y sus trabajadores tenía que obedecer y allanarse a estas.

El problema de Tumán y de las haciendas no sólo era problema de plusvalías y posesión de tierras como muchos socialistas podrían aducir. Su trascendencia sobrepasa cualquier simple visión de liberación y reivindicación indígena. Tumán ha manifestado en su historial, con acuse agudo, una idiosincrasia singular que desbarata cualquier intento de simplificar al plano político ideológico su actual problemática. Tampoco lo ha sido de manera absoluta el aspecto económico, ya que su desarrollo, productividad y economía han estado en auge, incluso después de la reforma agraria. Se descarta además cualquier efecto externo en su debacle. Entonces, qué lo ha llevado a ser un pueblo inerte y estancado? Por qué sigue en la pobreza y no queda en su estilo de vida ningún rasgo de superación?

Las avenidas de Tumán son pequeñas y terrosas. Sólo recuerdo la alameda principal como la única con pistas completas. Ningún visitante podría encontrar un buen restaurante o algún lugar atractivo, y menos aún mantenerse con los zapatos lustrados en este distrito que aún tiene vestigios de somnolencia de sus angurrientos años maravillosos. Es como el Perú entero: férreo y nostálgico de su pasado histórico, del orgullo de su oro incaico, pero moribundo de su escaso y aletargado presente. Tumán no tiene el sabor del azúcar que produce y su proceso social no es tan dulce como su caña. Por el contrario, se ve un empalago constante de desidia, flojedad e inanición. Ni la antes imponente fábrica, grande y negruzca, la principal capilla tumaneña, podía salvarla de esa terrible tendencia.

De qué ha vivido Tumán? De la producción de su ingenio. Por años aquella fábrica, inmensa y soberbia, ha dado de comer a toda la población. Pero había dos clases de comedores. Por mucho tiempo, el ingenio de Tumán ha vestido y calzado a la gente, pero había dos tipos de indumentaria. Por décadas la firma otorgaba atención de salud a la población, pero sólo había dos tipos de atención en Tumán. La situación tumaneña es la metáfora del país entero: donde han vivido incas y súbditos, conquistadores y conquistados, virreyes e indios, amos y esclavos, empresarios y empleados. Es una heredad antiquísima que ha caracterizado al país y a Tumán de manera vertiginosa y atrevida, pero lo más peligroso es que ha sido un proceso furtivo y silencioso, como para que ninguna de sus víctimas lo viera como una realidad palpitante y conciente, sino todo lo contrario, que queden embriagados en su picadura, inertes ante cualquier antídoto por generaciones.

Cuál era el estilo de vida a anhelar? El de los amos y patrones. Era un sueño. Pero esa aspiración quimérica no involucraba ninguna capacidad administrativa, personal y cultural, sino sólo la característica más sofisticada y atractiva: una vida aristocrática, holgada y ostentosa. Ese apetito natural y furtivo en la servidumbre común, en la clase obrera, en los agricultores, era la máxime que alguna vez sus cabezas idealizaban para sus hijos y sus nietos, sin que eso los nuble de la realidad en que vivían: que dependían del patrón, y que éste regía de alguna manera su estilo de vida.

La educación en la época de la hacienda era un privilegio de casta como ocurría en el país, aunque los presidentes de aquel entonces dijeran lo contrario. Del mismo modo, los amos de esa maquinaria tan grande que producía toneladas de azúcar podían decir que otorgaban instrucción, deportes y cultura, pero nunca al nivel que una persona libre pueda alcanzar. La inaccesibilidad no dependería sólo del factor económico, sino también del social y laboral, la política misma de los amos. Para qué instruir jóvenes en la erudición, por qué hacerlos doctos, por qué educarlos si al igual que su padres heredarán el empleo de las tierras y demás servicios a favor de sus amos?

La instrucción es sólo una parte de la educación, y aunque se pudo haber impartido era insuficiente (como lo es inclusive en el Perú actual) para el desarrollo efectivo y libre de los jóvenes. La educación peruana se caracteriza principalmente por las enseñanzas de sus gobernantes: la vida fácil, la verborrea, la dilatación de las cosas, los mecanismos deshonestos para lograr cometidos, la ostentación, la vanidad, los excesos y la corrupción, entre otras. Enseñanzas que se siguen grabando con profundidad en cada nueva generación de peruanos. Por lo tanto, la educación en Tumán estaba dada e impartida. Los maestros: los amos y capataces, de quienes dependían. La escuela: aquella inmensa fábrica de azúcar de donde salían todas las regalías y restricciones que el común de las mujeres y hombres debían someterse.

Esta educación no sólo se desarrolló en la época de los hacendados. La reforma agraria se convirtió en una nueva academia y del mismo modo la vida empresarial hasta el día de hoy.

El patrón podía o no ser querido y apreciado en una hacienda. En Tumán había mucho respeto y cierta estima por el suyo. Las anécdotas son interesantes y jugosas, tanto de la interacción del patrón con su gente así como la vida del hacendado común y toda la red y sistemas de trabajo de los obreros. Aparentemente, a los tumaneños no les faltaba nada: Tenían casa, comida, atención en salud, algún tipo de recreación y la relativa tranquilidad de hacer vida familiar y social con su clase. Algo de lo que en estos tiempos muchas personas anhelan como prioridad por el nivel socioeconómico en que se vive en Perú.


Pero la casa, los alimentos y la salud no lo son todo, como lo creen y pueden pretender algunos líderes o gobernantes del mundo, que a cambio de perpetrarse en el poder y mantenerse enquistados en éste pueden dar regalos populistas a sus gobernados, brindándoles una seguridad económica básica, como si comprasen sus intenciones, deseos y anhelos.

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