miércoles, 26 de diciembre de 2007

TUMÁN (PARTE IV)

Tumán se había acostumbrado a esa clase de vida. Su población tenía casa, comida y salud. Y esa costumbre quedó demostrada cuando el 24 de junio de 1969, con la Ley 17716, el gobierno de La junta Militar del General Juan Velasco Alvarado ejecutó la Reforma Agraria, que creaba condiciones nuevas para el desarrollo de la industria nacional, con una serie de medidas de nacionalización de los servicios públicos y refinanciación industrial. Para el noreste chiclayano significaba que se despojaba de su patrimonio a Los Pardo, y Tumán pasaba a poder de todos sus trabajadores, que se organizarían trasformándose en Cooperativa, monitoreada por el Estado peruano.

La idea podría ser seductora, ya que aquellos obreros no sólo recibirían sus respectivos sueldos sino que se harían acreedores a las ganancias del ingenio como nuevos dueños, un dinero que nunca antes en la vida habían manejado, pero que por educación (la que se describe en el capítulo anterior) y cultura anhelaban con frenesí. Sin embargo no todos estaban de acuerdo con aquella reforma estatal. Se dice que muchos de los tumaneños estaban a favor de seguir con el régimen hacendado, con un solo dueño: La familia Pardo, y que el Estado traía en tropa a su gente para arengar a favor del cambio que ofrecía: esa suerte de filosofía marxista que dice que las tierras son de quienes la trabajan, y por lo tanto les pertenece. El desarrollo parecía prometedor para las masas, que se suponían serían al fin libres, autónomas e independientes, algo que sin duda todo ser humano añora para siempre.

Pero la realidad no fue así. La explotación continuaría. La descomunal maquinaria seguiría representando, para los tumaneños, a aquel amo que los conducía como corderos en sus vidas y costumbres, explotándolos, pues los campesinos y obreros tendrían el mismo duro trabajo, apenas un menuda elevación salarial y las directrices de los nuevos administradores de aquella compañía. El explotador no sería entonces el hacendado sino el gobierno militar.

La mayoría de los nuevos socios no tenía instrucción básica concluida, la instrucción pública era deficiente en Tumán. Quién se encargaría de la administración del ingenio y las tierras? En el principio de la Reforma Agraria serían técnicos dispuestos provisionalmente por el gobierno militar. Su misión era equilibrar el proceso de reforma y administrar la hacienda, a su vez que instruían a los tumaneños seleccionados para que se encarguen del ingenio. El gobierno también promovió la instalación de nuevas maquinarias extranjeras, añadiendo consigo el endeudamiento agrario, compuesto por la valorización de los bienes adjudicados, débito que apretaba mucho la transición y el desarrollo de la empresa cooperativa. Aún con todo, la producción y sus ganancias prosperaban. Posteriormente, esa deuda fue condonada en 1979.

Los técnicos manejaban y se encargaban de la administración de la fábrica, pero también debían sembrar nuevos administradores entre los socios de Tumán. Para éstos últimos significaba el cumplimiento de sus anhelados sueños: ser más que empleados y obreros de una fábrica para los amos. Ahora eran verdaderos ejecutivos de una empresa cooperativa, y aún más, representaban de alguna forma a la mayoría de los socios de ésta. El salto era vertiginoso, al igual que los cambios en la vida socioeconómica en Tumán. No sólo se mejoraban su nivel económico sino también la capacidad de cambiar sus estilos de vida. A cuáles se inclinarían?

Era patente que el estilo de vida que habían visto y anhelado durante sus vidas era el que conduciría su camino. Los técnicos añadieron más enseñanzas: El hurto sistematizado, el bueno comer, la bebida y los excesos. Estas eran las primeras materias de aprendizajes de estos futuros directivos. Ya podían vivir como patrones, lo tenían todo: Más poder, la administración y el soporte de los técnicos.

“Cerrar” bares en Tumán ya no era sorpresa, no sólo para el nivel gerencial sino también para el común de los socios, los nuevos ricos del norte. El capital limeño apuntaba a la venta de electrodomésticos en Chiclayo. Un riquísimo mercado se formaba en Tumán, consumidores de ostentación, ya que muchos compraban al crédito costosas lustradoras y otros artefactos cuando sus opacos pisos no daban para ningún lustre. Pero eran buenos clientes, ya que el gigante empresarial, el ingenio de Tumán pagaba a tiempo a sus socios y estos a su vez a los acreedores. Su prosperidad se traducía en vanidad.

No existía esa visión empresarial, económica, progresista entre la gente. Todo lo contrario, aquellos socios se empalagaban del facilismo, macerados en lo sencillo que era recibir dinero a fines de mes. Sin una visión emprendedora, sin una idea multiplicadora. El dinero de Tumán no era tan complicado de recibirlo, para eso eran los nuevos dueños de Tumán, y tenían que vivir tanto o mejor que sus anteriores patrones.

Desde luego la administración se convertía en el más alto escalafón para los socios. Allí estaba la gallina de los huevos de oro, y había que darle trámite a sus bonanzas. La enseñanza incluía el desarrollo de algún tipo de obra magnánima en imagen para aplacar los apetitos de envidia de quienes no formaban parte del grupo de poder. Así se construyeron una especie de lugares como el cine, el súper mercado, entre otros. Mientras tanto los demás seguían disfrutando a rajatabla de su nueva posición y opulencia.

Los técnicos del gobierno militar menguaban su participación en el manejo de Tumán. Los nuevos administradores, aquellos socios capacitados aprendieron la lección y se entregaron al despilfarro y la corrupción. Cada nuevo grupo de administradores tenía esa consigna, era la lotería formar parte del grupo de encargados. Mientras tanto, el negocio del azúcar iba desarrollándose y tecnificándose. Ya se habían comprado cortadoras, pero éstas no tuvieron el trámite adecuado para su uso pues una maquinaria moderna no podía reemplazar – aunque sea para acelerar, mejorar, modernizar y efectivizar la producción – a aquellos trabajadores que gozaban de su apreciado sueldo.

Las casas, calles y parques no dejaban notar aquella opulencia. Eran poquísimas las mejoras en el ornato público. El comercio al crédito era el sistema básico de adquisiciones, inclusive en los productos más pequeños, pues era costumbre esperar los días de pago para cancelar cualquier tipo de compromiso de compra venta. Tumán seguía su régimen de vida, su economía no decrecía pero sus aspiraciones sí. El letargo de recibir dinero no era estimulante para el progreso de la mayoría, sino todo lo contrario, para la rutina y el estancamiento. Las posesiones vanas y los placeres eran las ambiciones de su población: la comida, la bebida, las fiestas, las mujeres y el sexo se constituían en la etiqueta de los tumaneños. La educación no estaba en aquella lista, ni la salud, ni la vivienda, menos aún la cultura de progreso. La lección estaba aprendida: Si se gana como el patrón hay que vivir como patrón.

La Cooperativa pudo haber promovido cosas favorables a niveles educativos, pero era más la imagen deportiva, de eventos y regalías la que lo caracterizaban. El dinero no fue utilizado para hacer cambios profundos en la educación de los tumaneños. El fútbol, el voley, entre otros deportes, así como el teatro y las actividades escolares eran sostenidas por la cooperativa, y la población la veía con buenos ojos u era satisfactorio aquel furtivo populismo.

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